Vuelve la vida cotidiana. Un ciclo que se reinicia. Un camino que de nuevo se adivina en el horizonte. Las mismas dinámicas retornan: octubre, el otoño, los días se irán acortando, y la noche se adelantará un poco más cada semana. Entrará el frío. El curso empezará lento, para ir acelerando con los meses, los anuncios navideños empezarán en noviembre, mucho antes de que lleguen las vacaciones y la navidad, la cuesta de enero, carnaval, semana santa…Vuelven los mismos hábitos ¡Ay! Es como si la vida pudiese instalarse en la rutina; y, sin embargo, ¡hay tanto nuevo por venir!

Tal vez este adviento sea el momento que deseábamos. Salir de lo cotidiano es difícil e incluso costoso, abandonar ideas y concepciones que nos esclavizan puede ser muy molesto. El adviento se presenta como la oportunidad de abrir horizontes nuevos, de comienzos cargados de esperanza, de nacer a la libertad que nos hace plenos y nos llena de felicidad, de volver a levantarse tras las caídas diarias. Vivir el adviento es nacer a la libertad, ser conscientes de nuestra propia identidad como hijos e hijas del Dios que nos libera y nos invita a vivir con los pies en la tierra, en la tierra prometida y heredada. Nos ayuda a recuperar la ilusión y el compromiso. Es como volver a caminar hacia el corazón, a renovar el primer amor, a vivir un proceso de renovación y de esperanza para ser pregoneros del mensaje de Dios; es entrar, a la vez, en la dinámica de la Navidad, de la acampada de Dios en la tierra, de la llamada a ser libres.

Nacidos para ser libres, nacer cada mañana desde la esperanza de los niños que cantan y bailan en el patio. Caminemos juntos. Vivamos el adviento, la espera y hagamos todo nuevo a nuestro alrededor.

Los pies simbolizan los pasos, el camino, las decisiones, las esperas, las caídas, el proceso…lo que significa nacer de nuevo cada día, en lo cotidiano. Es necesario hacerlo todo nuevo para ser libres.